Habitualmente hemos escuchado muchos rumores entre el vulgo sobre el vuelo de las brujas en escoba pero lo que se esconde tras de ello sobrepasa con mucho esos mitos. Las brujas suelen montar este tipo de artilugios al igual que cabras o bueyes proyectando así una imagen del pene masculino, lo que da muestra de la lujuria desenfrenada y el pecado que pretenden expandir estos seres. Estas viejas lascivas son cuanto menos arpías, cadáveres que aullan y tienen un semental. Además no se reprimen a la hora de embadurnarse el rostro con aceites, nunca se separan del espejo, depilarse las partes secretas, enseñar sus pechos blandos o beber a todas horas.
Además , para más inri, realizan una serie de ungüentos y pócimas para estimular el vuelo. En ciertos días y noches untan un palo y lo montan para llegar a un lugar determinado, o bien se untan ellas mismas bajo los brazos, y en otros lugares donde crece vello, y a veces llevan amuletos entre el cabello . La planta favorita para ello es la mandrágora, una planta tóxica que crece allá donde emana el fragor del infierno y que nubla nuestra mente.
Su rostro frecuentemente atrae porque recuerda al cuerpo sinuoso de una mujer, pero lo que simboliza es el pecado. Con esta planta las brujas realizan el ungüento en cuestión que untan en el palo de la escoba e incluso se lo introducen en la vagina entrando en un trance de lujuria y alucinaciones, de ahí los múltiples ruidos que se escuchan en algunas localidades de noche que recuerdan a aullidos. De esta forma la Inquisición ha conseguido delatar el misterio del vuelo de las brujas detrás del cual se esconde no solo una historia de misterio sino de lascivia y drogas.
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